OPINIÓN. Redes solidarias, asunto de mujeres

Herminia Fajardo Feo. Periodista y Vicepresidenta del Colectivo de Mujeres Canarias

Cuando las mujeres nos ponemos a tejer, toda la lana es poca y, cuando se nos acaban las madejas, somos capaces de desbaratar parte de lo urdido para hacerlo mejor. Desde la tribu entendimos que si no tienes al lado alguien con quien compartir experiencias, penas y alegrías, difícilmente sobrevives; por eso, sin conocer el término ni saber su significado, desde el principio socializamos tareas, cuidados y saberes. Durante siglos pretendieron que dudáramos de nuestras potencialidades, sin embargo aquí estamos: juntas, solidarias, asociándonos, enredándonos, trascendiendo de lo local a lo global, para evitar cualquier tentación de que se dé un paso atrás. Dice la antropóloga vasca Teresa del Valle que la entrada en una Asociación puede suponer para algunas mujeres la primera experiencia del distanciamiento del universo doméstico y el ejercicio de nuevos roles desvinculados del parentesco o la vecindad. También puede erigirse en una experiencia donde se dé el contraste entre su vida y otras vidas, así como la experiencia de la comunalidad del problema y experiencias de toda índole.

ÁFRICA. Cansada de desenredar todas las tardes la escasa pesca que su marido traía en la barca, apenas suficiente para alimentar a toda la familia, Aminata decidió responder a la llamada de su amiga Selma y unirse a las mujeres recogedoras de conchas. Aprendió a seleccionar las mejores, se ejercitó en el manejo de lijas y limas para dejar limpia y brillante la materia prima y, desde ese momento, cobra un buen dinero todas las semanas por su venta a una diseñadora de joyas canadiense que un día recaló por la isla y les enseñó no sólo un oficio sino el arte de sobrevivir por si mismas, mejorar la calidad de vida de los suyos y subir su autoestima. La Asociación de Recogedoras de Conchas de Zanzíbar ha tendido sus redes y hoy exporta sus filigranas por Europa y América del Norte.

AMÉRICA. El jueves 30 de abril de 1977, arriesgándose a ser detenidas –como sucedió– mujeres con un nombre escrito en el pañuelo blanco que envolvía sus cabezas comenzaron a caminar en círculo frente a la residencia presidencial ocupada por los militares golpistas. Unidas, en silencio, preguntaban desde sus tocas por el paradero de sus nietos, hijos o familiares desaparecidos bajo el régimen de terror que asoló Argentina por más de seis años. La Asociación de Abuelas de la Plaza de Mayo tiene como finalidad localizar y restituir a sus legítimas familias todos los niños secuestrados, desaparecidos por la represión política, y crear las condiciones para que nunca más se repita tan terrible violación de los derechos de los niños, exigiendo castigo a todos los responsables. Hasta ahora, y gracias a las redes creadas dentro y fuera de su país, han conseguido recuperar a 105. Siguen. Y su ejemplo se ha extendido a otros colectivos que reivindican el respeto a los derechos humanos. Ahí están las “Damas de Blanco” en Cuba.

ASIA. Los “shangams” –asociaciones de mujeres de la Fundación Vicente Ferrer– en Anantapur, la “Asociación de criadoras de búfalas”, la “Asociación de tejedoras” de Bangladesh, la “Asociación de mujeres con empleo propio”, la “Asociación de mujeres distribuidoras de agua” de Gujarat. Se han convertido en modelos de superación personal y colectiva. La implantación del sistema de microcréditos está dando a las mujeres de algunos países asiáticos capacidad de decisión sobre sus propias vidas y, en la medida en que pueden, dedican recursos para la educación de sus hijas-os confiando en que tendrán un futuro mejor. Cada vez más mujeres aprenden a desplegar sus redes, ocupan puestos de responsabilidad y trabajan para romper el círculo de la desigualdad y hacernos llegar sus voces. Los microcréditos no hacen milagros –como erróneamente se escribe con frecuencia–, porque los milagros no existen; lo que hacen es despertar las capacidades anuladas por tantos años de marginación y que éstas aparezcan con todo el brío del valor y la confianza en ellas mismas.

EUROPA. Superada la etapa reivindicativa, en Europa acometemos la de la consolidación de derechos y el abordaje de problemas sectoriales. Aún cuando se reconozcan el conocimiento y los estudios, y la inserción en el mundo del trabajo sea un valor, la crisis económica en que estamos inmersos ha puesto de manifiesto la necesidad de reforzar solidaridades, empatías y habilidades para extender ampliamente redes entre organizaciones con las que ejercer presión a nivel político allá donde fuera necesario. Son ejemplos dispares pero no distintos, son lejanos y próximos, y demuestran que desde el instante exacto en que las mujeres deciden rebelarse contra la situación secular en que fueron colocadas –sea en el lugar que sea y pertenezcan a la clase que sea– toman conciencia de que su mejor arma es el asociacionismo. Las sufragistas tendieron sus redes que llegan hasta nuestros días.

Convertidas hoy en asociaciones de mujeres juristas, o de investigadoras, o de empresarias, o de diseñadoras, o del mundo rural, todas están interesadas en compartir, intercambiar y fortalecerse a través de tramas en espiral que van del cero al infinito.